11.21.2007

La sombra del volado del techo, se extendía a trotadas por el camino del jardín, hasta el gran portón metálico rústico de la entrada. Yo miraba al jardín por la ventana del cuarto de Susan, que con las persianas abiertas, derramaba sobre el tallo de un gran manzano, la tenue luz de la lampara de noche.

Mire el reloj. Eran las 5:51 p.m.

Me di vuelta y mire nuevamente los muslos desnudos de Susan elevarse y descender con su suave y exhausta respiración.

En ese entonces no me gustaba alardear, ni siquiera a mi mismo, de mis proezas en la cama. Así que me di vuelta otra vez, levantando su vieja chaqueta de pana de una silla acolchonada, que miraba la cabecera de la cama, sacando un paquete viejo de cigarrillos del bolsillo interno izquierdo forrado con seda, y prendiendo uno con un encendedor recubierto de plata, que Susan conservaba en la mesa de noche.

Me senté a su lado, de espaldas a ella, desnudo, a fumar el cigarrillo y a mirar por la ventana. Subiendo los ojos, mirando hacia arriba, a ralla con los cerros, se asomaba detrás de unas suaves nubes, la luna cuasi llena. No le faltarían sino dos días para estar completamente redonda. Y su luz blanca irradiaba el lado oscuro del jardín, rebotando contra las largas hojas de pasto y subiendo como la bruma silenciosa hacia el cuarto.

Pensé, con el efecto de la nicotina y el alquitrán, como si fuera el primero de la mañana, que te hace alucinar y correr al baño, que Susan podría perfectamente ser una “mujer lobo”, hablando de mas de una manera. Y que si esta espumosa noche fuera luna llena, en unos segundos se transformaría Susan, daría un brinco rugiendo fuera de la cama y devoraría mi carne y sangre, profundamente y apasionadamente, y que no se demoraría mucho tiempo en lograrlo.

Comparé el tiempo que creí que “mujer lobo Susan”, se demoraría devorándome, con el tiempo que me demoré yo gustando de Susan y sus muslos, y definitivamente me sentí mal de mi desempeño.
Yo me había demorado lo que se sentía como ocho horas, estirando el tiempo, tomándolo con calma, besando cada centímetro, concentrándome en cada movimiento, retardando el momento, haciéndole el amor. Y ella “mujer lobo” solo se demoraría unos cinco minutos en devorarme. Cinco minutos creí mejor, serían demasiado, pues, mirando mi cuerpo, no podría estar mas flaco.

Me di vuelta de nuevo a mirar una vez mas a Susan. Ella respiraba profundamente, con su pelo mono liso, delgado como la seda, sobre sus ojos, pegado a su cuerpo por el sudor. Las sabanas de la cama, yacían en una esquina en una bola mojada. Las almohadas, sus fundas perdidas en la lucha, una debajo de su cadera, y la otra entre sus piernas.

Busque mis calzoncillos debajo de la cama, busque mis medias entre las sabanas. Busque mi ropa por el suelo, detrás de la cama, e inclusive, aunque no lo recordaba, busque a ver si la había metido en el armario. Recordé, finalmente que la ropa no estaba en la habitación, sino en la sala. Donde después de vinos nos la habíamos quitado. Recordé que no podía salir de la habitación. Recordé que Susan nos había encerrado en ella. Recordé, que Susan no vivía sola, y decidí mejor despertarla.

La que se despertó si era una “mujer lobo” efectivamente. Los ojos en la espalda baja, las babas haciendo caminos por su mentón. Los senos libres como el amor. No sabía donde estaba, ni lo que estaba pasando, y le dolían partes de su cuerpo que yacían tan adentro, que nunca habían visto la luz ni del día, ni de lamparas de exploradores ginecológicos.

Me preguntó qué día era, y no supe responderle. Creo que es lunes. Le dije con calma y afecto. Susan en ese entonces, se merecía toda la honestidad que le pudiera dar. Después de todo, no eran muchas las mujeres en mi vida, que me encerraban en cuartos después de vinos, a hacerme el amor con mucho cariño. Y Susan aguantaba todos los complementos que le pudieran dar los trabajadores de las construcciones grises por donde caminara. Lo que hacia que yo me sintiera todavía mas inconscientemente atraído, y siempre complaciente.

Déjame salir de aquí, que debo vestirme e irme.
Tire las llaves por la ventana, fíjate si las ves en el jardín.

La ventana era delgada como las de las casas viejas, mandadas a hacer por señoras viejas, asustadas, convencidas de que alguien querría quitarles su asquerosa dignidad. Pero la flacura de vez en cuando sirve para algo, y empeloto me lance al jardín nocturno a buscar las llaves. Estaba todavía ebrio imagino, pues salte desde el segundo piso, y casi me parto el pie derecho al caer.
Con el pie tronchado, empeloto, de noche, empece a cojear buscando las llaves. Busque entre las flores marchitas debajo de la ventana, cerca al manzano, alrededor de la fuente maloliente en la que se cagan hasta los pájaros.
La lluvia suave empezó a caer sobre mi piel desnuda. Y por fin encontré las llaves, junto al portón metálico de la entrada, en el que el celador del frente me asusto con un risueño “Buenas noches vecino”. No había de otra, sino saludar de vuelta al celador del frente. “Buenas, empelotas, noches, mi querido Efraín” le conteste. Y me dirigí hacia la ventana, tire las llaves, y grite. “Ahora abre la puerta de entrada, porque me cago del frío!”

Muchos fríos momentos después, la señora Susan me abrió la puerta, ya con bata de vestir brillante morada, puesta, y con té verde en mug en la mano. “Buenas noches mi querida loba. ¿Esta la abuela de Caperusita en casa?” y seguí derecho hasta la sala, dejando mis huellas mojadas en el mármol de la entrada.
“Tomate un té y deja de gruñir”. Hice un giro de noventa grados hacia la derecha y proseguí a servirme un té verde, con un poco de miel, en la cocina. Pero me aseguré de que mi mug saliera con la ropa que me iba a poner. Era una tasa negra.

Procedí con té en la mano, hacia la sala de la casa, donde me vestí. Primero los calzoncillos, luego las medias. Estos no tienen orden, pero por alguna razón no tolero, ponerme primero las medias, y luego los calzoncillos. Los pantalones, la camiseta, la chaqueta. Chequea los bolsillos, las llaves de la casa, las llaves del carro, las llaves de la oficina, las llaves. Chequea la billetera en el bolsillo izquierdo de atrás. Chequea la plata en el bolsillo derecho de atrás. Chequea los papelitos que constituyen agenda electrónica en el bolsillo derecho de adelante. Chequea el celular en la correa. Chequea la agenda electrónica en el bolsillo de tu chaqueta.

Siéntate en el sofá blanco como si fuera de peluche que hay en la sala de la casa, mirando la chimenea apagada, porque estas exhausto de tirar, crees, los músculos te duelen, muerto del fío de afuera, y estresado del ridículo proceso por el que tienes que pasar cada vez que te vistes. Sueña un poco con poder salir a la calle empeloto, y así no tener que pasar por el ritual. Arrepiéntete de la bobada en la que estas pensado, puesto que las niñas en la calle te verían las nalgas caídas, y se reirían a carcajadas. Y decide, que no es tan malo tener que vestirse. Sueña con salir en bata, como monje, a la calle. Recuerda que en bata no te ves sexy. Ten un flash de la imagen de los hermosos muslos de Susan. Y resígnate a tener que vestirte y acarrear con el ridículo proceso todos los días.

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