7.25.2005

A comer helado.

Eh ave María, que niña tan linda que tenemos aquí. Le voy a invitar a comer helado con melocotón. Y con crema de fresas.
Le voy a invitar a acompañar el helado con galletas.
Le voy a invitar a sentarse cerca de la ventana, para que el sol la caliente mientras se refresca con el helado.
Voy a decirle lo linda que esta, mientras muerde la galleta, para que se ría en el mordisco y deje caer un trozo.
Voy a invitarle a que se tome un mocachino, luego del helado, que la caliente, y no la deje con frío al salir.
Me voy a asegurar que la mesa y las sillas sean cómodas.
Luego cuando caiga la noche y las luces de las lamparas de la calle reflejen en su pelo y en sus ojos, le llevare a que se caliente en una chimenea, y le daré amareto.
Y susurrare en su oído las cosas lindas de la experiencia.
Seré un soporte para ella.

M.V.

A pasar bueno dijo el Señor,

Y comando los trillones de sus legiones a la mejor rumba de todos los tiempos.
Toda la música de toda la eternidad se pudo poner, pues Dios no tiene que pagar Copyright.
Y todas las drogas y semidrogas y alteradores de animo se pudieron consumir sin riesgos, porque Dios .......
Se declaro a todo el universo como rumbiadero. No habían límites en la localización de la rumba.
Se declaro que la rumba no acabaría nunca.
Y aquí estamos muchisimos eones después, en la lucha de la rumba eterna.

Sueño de Andrea

En una mañana de verano, me levante de la cama sudoroso, en otro transe sexual.
Otra vez soñé que hacía el amor con Andrea. Esta vez en el lavadero de la casa. Y otra vez tenia los senos morados neón y la cara con pintura anaranjada.

Mis sabanas de tribilín estaban enrolladas en una pierna, y me medio había quitado la camisa durmiendo.
Como en esta finca, duermo en un cuarto solo, el calambre llanero, no me preocupo.

Pero quede sentado en la cama, con la imagen resplandeciente de los senos morados neón en mi mente. Y con una preocupación por mi atracción sexual a los colores magnéticos.

El desayuno era otra vez, chocolate en agua. Servido hirviendo, y me lo eche encima de la pijama, pues me quemé.

En tierra húmeda, las duchas no sirven para un carájo. Y me toco salir al patio en pantaloneta y sin camiseta ni zapatos. A ver si el viento mísero, me refrescaba un poco.
Me acuclille en la manga, para oler sus aromas de mañana, y pensar en las piernas de Andrea jugando con un par de corozos.

Siempre me gusto el verde de la mata de plátano, en el fondo del café rojizo de las pepas de corozo.

¿Cuántas veces me he repetido a mí mismo que Andrea no existe?, ¿Cuántas veces me he explicado a mí mismo que mi cabeza la invento?.
Y de todas maneras, conozco íntimamente las tonalidades de sus muslos, con los rayos del sol y con la luz tenue de la vela.
Me sé su olor de memoria. Sé el nombre del champú que uso, el día de su cumpleaños la semana pasada, y recuerdo el sonido que hacen sus camisas, de noche, cuando las deja caer al suelo para irse a la cama.

Andrea no existe – Me repito a mí mismo.

Los doctores me dicen que Andrea no existe. Yo les creo. Después de todo, fueron ellos, quienes me cambiaron la esquizofrenia a cosas positivas.
Pero aún no puedo dejar de comprar regalos para Andrea.
Ayer mismo compre una loción que estoy seguro, le va a fascinar. Y las flores rojas con centros amarillos, que me vendieron en el cementerio, las tengo en la mesa de la cocina, en agua. Son solo para ella.

Jugarreta de Media Noche.

En una estrellita de mar, subí a la luna llena.
En una estrellita de mar, parpadee y me caí
En una estrellita de mar, los sueños se me cumplieron.

En una estrellita de mar, las luces hurgaban mis sentidos.
En una estrellita de mar, el viento detenía mi caída.
En una estrellita de mar, vi a Dios.

7.17.2005


Why cant people be this happy?? Posted by Picasa

7.15.2005

No puedo.

Mama:

No puedo con ella,
Se me acerca,
Me respira cerca,
Me mira,

Siento escalofríos.

M.V.

¿Cómo llegue a estar empeloto en la copa de este árbol?

Por aquella mañana de verano, que caminaba por el bosque desnudo. Yo, no el bosque, me encontré a una mujer con las ropas blancas de las esposas de los caballeros de los cuentos del rey Arturo.
Y porque estaba desnudo en el bosque de las cerezas, la doncella se apiado de mi presencia. Y se quito su vestimenta para ofrecerla.
El pudor venció mi inteligencia y puse los vestidos largos, alrededor de mi cintura.
Pero ahora era ella quien se encontraba desnuda. Y sus senos redoblaban sus pliegues naturales, al rebotar en su pecho.
Juntos, ahora caminábamos juntos en el bosque de las cerezas.

Caminando juntos en el bosque de las cerezas, nos encontramos a una hormiga, cargando a un hipopótamo que llevaba la pierna rota.
La hormiga se quejaba de su labor, y el hipopótamo se quejaba de los quejidos de la hormiga.
Los ignoramos pues debieron haber sido ilusiones creadas por los hongos que habíamos comido en el bosque de las cerezas.

Era de sabiduría común, me explicó la doncella, que en el bosque de las cerezas no habían cerezas. Eran las hormigas del bosque las que habían empezado el rumor de las cerezas en el bosque, para atraer a los caminantes y ofrecerlos como sacrificios a sus dioses. Y los hipopótamos eran los padres de sus iglesias.
La ignore, pues pense que ella había comido mas hongos que yo.

En esas apareció el caballero esposo y señor de la doncella, cabalgando en su corcel blanco, a su rescate, pues la andaba buscando desde hacía ya rato, y no la había podido encontrar hasta aquel momento en el bosque de las cerezas.
Se bajo de su montura descomunal, haciendo relinchar al corcel, y desenvainó su espada de oro, con la que me persiguió amenazando con matarme a planazos, por haber visto los senos de su esposa.
Salte hasta la copa de los árboles, que me refugiaron, pues con su armadura dorada, no podía saltar tras de mí, pero las ropas de su esposa se cayeron al suelo en mi huida.

Y así me encontré otra vez, desnudo, en las copas de los árboles del bosque de las cerezas. Recibiendo un beso a distancia de la doncella, que me lo enviaba, sentada en el corcel blanco, mientras que su marido guiaba a la bestia por el sendero.

Maria Tetitriste.

María Tetitriste era una mujer decidida. Sabía lo que quería; lo cogía con las dos manos con fuerza y no lo dejaba ir sino hasta que le sacaba todo el jugo.
Se vestía con camisitas delgadas de algodón, que sobre el ombligo iban y venían a su propio ritmo. Y con jeans apretados en las nalgas, pues siempre le quedaban muy anchos de cadera, y para que no se le cayeran, compraba una talla menos.
Llevaba puestos unos zapatos rojos, que le salían con el cinturón brillante que le habían traído sus abuelos de Italia.

En el café de la esquina de las calles que cruzaban bajo el puente; el café donde había perdido su virginidad detrás de la cortina de la cocina, con el mesero que se fue a estudiar al exterior, se sentaba por las mañanas, antes de clase, a leer las historias de las paginas de las revistas porno, que dejaban los otros clientes en las mesas. Y secretamente, mojaba sus partes intimas, en silencio rotundo, con la luz del sol en sus manos, como un rayo, por la apertura de la pintura, en las pequeñas ventanas junto al baño.

Las imágenes en blanco y negro de mujeres amazónicas, de ropas rasgadas, siendo perseguidas por hombres hipermusculosos, cayendo subyugadas en los pequeños arroyos de los bosques, solo para ser devoradas, lentamente le hacían encontrar otra vez las ganas para ponerle la cara al mundo.

Había tenido 17 novios diferentes en los últimos 8 años de su vida, que aproximadamente promediaban uno cada seis meses. Y ella pensaba que eso era suficiente para hacer de ellos los hombres que eran ahora, después de haber exprimido todas las últimas gotas de su esencia y volverlos machos de verdad.

Había considerado operarse los senos, pero las cuentas de las cotizaciones le habían sacado el corazón de un solo golpe. Y ya tenía suficientes gastos de bobadas varias en los días de aburrimiento caminando por los centros comerciales de la ciudad.

Sus ojos negros parecían estar llorando constantemente y el maquillaje oscuro que usaba alrededor del párpado, los metía en sus lugares dando un efecto óptico de tristeza. Y esto le servía en sus hazañas de levantes, por los bares de la ciudad, en las noches que desidia de vampiresa encontrar víctimas.

Vivía sola en un pequeño cuarto de una gran mansión que sus padres le habían heredado pues se habían ido a vivir a Europa un año, en sus años dorados, cuando ella había crecido lo suficiente para poder mantenerse sola. Y le enviaban plata mensualmente, para el mantenimiento de su palacio.
Pero ella había decidido vivir en el cuarto del ático. Y cuando llevaba a sus víctimas nocturnas a su guarida, les hacía caminar despacio y en silencio por aquella casa, sola, sin luz, detrás de ella hasta su telaraña en el ático, donde los devoraba hasta que no se pudieran mover.

María era insaciable y nunca descanso en su juventud buscando aquel momento sublime de conexión total con el universo, en su éxtasis sexual del momento. Y trabajaba en un sex shop en las tardes los jueves, para desde ahí leer las interminables novelas que descansaban, abiertas solo por los audaces, en las estanterías de atrás.

Ahí la conocí yo. En la estantería de atrás, que se convirtió en cama para dos en una tarde de jueves. Y yo también dormí con ella esa noche en el suelo oloroso de aquel establecimiento cerrado.
En la mañana, desperté, con una patada del dueño que me echo por la puerta de atrás, en mis calzoncillos rojos rayados sin nisiquiera el olor de María.

En las horas de la madrugada antes de volver a caer dormido del cansancio hablo su alma incandescente en mi oído. Me contó los secretos de sus baterías internas que la hacían marcar el paso de su vida, y dejo que por un instante le viera de verdad como era en su soledad.

A María le debo el olor a suelo de sex shop en mi memoria. Y una cicatriz en la rodilla al rasparse contra el pavimento al ser echado aquella mañana.

M.V.

Cuerda en las escaleras

Subiendo las escaleras de la casa, me encontré una cuerda colgada del techo. Me impedía cruzar las escaleras sin tocarla.
Y bajo ninguna circunstancia, podía yo tocar una cuerda que no me pertenecía.
Y no pude subir las escaleras.
Me quede durmiendo abajo.
Al otro día no pude subir a bañarme, y me quede sin bañarme.
Al tercer día la cuerda todavía colgaba del techo sobre las escaleras, y tampoco pude bañarme. Pero esa noche, me balanceé en la baranda de la escalera, sin cogerme de nada y pude pasar sin tocar la cuerda, por las escaleras hasta el baño de arriba y dormir en mi cama.
Pero como la cocina estaba abajo, esa noche no pude comer nada.
Al cuarto día se había desaparecido la cuerda que colgaba del techo de las escaleras de mi casa, y pude dormir en mi cama, bañarme y desayunar. Todo en el mismo día.