3.05.2008

Los caballos blancos,
seis de ellos,
galopaban montaña abajo.

Seis hombres,
de sombreros anchos,
los perseguían,
perdiendo el rastro con la humareda.

La luz del sol,
penetrando por los huecos de las nubes,
y rompiendo el polvo,
hacían brillar de vez en cuando un anca,
que saltaba a la vista.

Alrededor del polvo circundaba un halcón.

Con llantos desenfrenados,
guiaba los movimientos de los caballos.

En el polvo,
mal formada,
una figura,
apareció.

Borrosa,
al principio.

Mas nítida luego.

Mujeres pescado,
sirenas,
saltando sobre las olas del polvo.

Sus espaldas plateadas,
brillaban azul con el reflejo del cielo.

Se movían al compás de los llantos del halcón.

Los sonidos de los cascos de los caballos sobre las rocas,
hacían la base de la sinfonía.

Los llantos de los vaqueros,
contestando los gritos alentadores del halcón,
daban formas a la música.

Las sirenas cantaban el coro.

Alto y provocativo.

Y por un momento,
pensé ver el sol,
meciéndose al ritmo.

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