3.05.2008

Saly era una niña traviesa, de Bogotá, con cabello mono como el sol. Andaba mordiendo una hoja de pasto, en el parque cerca a su casa, cuando de pronto, y sin anuncio, se acerco un hombre malo, vestido de negro.
Hola pequeña - dijo el hombre malo
Saly, no noto su presencia por unos momentos, y cuando levanto su cabeza para ver al hombre malo, el reflejo del sol, no le permitió ver su cara claramente.
¿Quien eres tú? - pregunto la pequeña.
Yo soy Caifaz, dijo con cariño el hombre malo.
Saly bajo su cabeza, para que el sol no molestara en sus ojos, y con dificultad, mirando hacia abajo, recupero la claridad de su vista.
Mientras que Saly miraba al suelo, Caifaz pregunto - ¿Estas sola?
Saly, que no creía estar sola mientras en un parque, con alguien al lado hablándole, con luz de día, y otras personas caminando por ahí, se quedo callada, pues sabía que los adultos no conocían esta lógica. Y moviendo su cuerpo para que la sombra de Caifaz cayera sobre ella, para poder ver con claridad sobre la sombra, la cara de Caifaz, se quedo callada mirándole la cara al hombre malo.
Caifaz, que no entendió la razón por la que Saly no contesto su pregunta, decidió preguntar otra. Con tono de adulto, hablando con tono de preocupación, como lo hacen las abuelas a los niños, cuando quieren enseñarles algo. Y sabiendo que este tono generaría una respuesta de Saly.
¿Cómo te llamas, pequeña?
Saly le dio su nombre a Caifaz, y pregunto de vuelta, el nombre del extraño; como su mamá le había enseñado, las veces que otros niños habían dado su nombre a Saly, la mamá de Saly siempre le había impulsado a dar su nombre a aquellos niños.
Pero una vez que Saly conoció el nombre del extraño malo, este, ya no era un extraño. Y por lo tanto, no tenía nada de malo. Saly sabía intuitivamente, que una vez que conoces el nombre de un humano, este necesita hacer cosas muy muy malas, para ser considerado malo. Y sabía intuitivamente también, que una vez conoces el nombre de un humano, esos humanos ya pueden ser amigos tuyos.

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